El inglés y yo, historia de un (des)amor
¿Cómo empezó todo?
¿Os suena “The Kelly Family”? Si le preguntáis a cualquier alemán nacido en los 80 o a principios de los 90, os lo podrá explicar. Era un grupo de música folk-pop, cuyos integrantes pertenecían todos a la misma familia, los Kelly, y que cantaban, como ya lo deja suponer el nombre, en inglés. Mi canción favorita era “Mietze Mama” que significa algo como “Mamá gata”. Obviamente no era el título verdadero. O por lo menos esto era lo que yo, una niña alemana aún sin conocimientos de inglés, había entendido. Supongo que a todos nos ha pasado que escuchamos una canción en otro idioma y nos parece que dicen algo en español.
Entonces, más adelante, cuando hablaba inglés sin problemas, o por lo menos así lo creía yo, me quedé estupefacta cuando descubrí que mi idea romántica de la familia de gatos se había desvanecido por completo al darme cuenta de que lo que la canción decía en realidad era: “(Every baby) needs a Mama” mītsəmama. Y eso que para ese momento yo ya hablaba inglés sin problemas, o por lo menos así lo creía yo.
No sé si aprendí mucho el primer año de inglés ya que ahora, pensándolo bien, solo recuerdo los ataques de risa que nos producía a mi amiga Sophia y a mí cualquier acontecimiento en clase. Desde la perspectiva de adulta y, además, profesora, siento una lástima compasiva por mi profesor que tenía que aguantar estas carcajadas. Todo esto suena bastante divertido, ¿verdad?
¿Y el desamor?
Un momento un poco traumático desde la perspectiva de hoy fue el día en el que nuestros padres nos dijeron a mis dos hermanas y a mí que nos íbamos a mudar a otra región de Alemania. Yo tenía 15 años en aquel entonces y como podréis imaginaros, mudarme a otro pueblo donde no conocía a nadie y dejar a mi grupo de amigos me parecía una idea horrorosa.
Y así llegó el primer día en el nuevo instituto. La primera clase de inglés me impresionó bastante. Entendí muy rápidamente que se habían acabado las risas y la diversión. No entendía ni la mitad de lo que decía el profesor, los resultados de los exámenes eran francamente desastrosos y le tenía mucho miedo al profesor. Una de las posibles razones por las cuales lo pasaba tan mal era que mis compañeras de clase, en aquel momento iba a un instituto de mujeres, me llevaban dos años en el aprendizaje del inglés, porque en el antiguo instituto no empecé a estudiar inglés hasta los 14 años.
Durante los meses que siguieron a ese día emblemático, encontré compañeras muy majas que me dieron una calurosa bienvenida y me ayudaron con cualquier duda que tenía. Aún cuando empecé a sentirme cada vez más en casa, tanto en el nuevo instituto como en la nueva ciudad, las clases de inglés seguían dejándome un sabor amargo.
Pasaban los años y el idioma de Shakespeare se quedó un poco al margen. El inglés me lo encontré en los textos académicos y en películas, pero por el resto, me sumergí tanto en latín y en francés que, en las pocas ocasiones que me encontré en una conversación en inglés, los nativos se quedaban sorprendidos cuando les decía que era de Alemania. Eso solía pasar porque, aparentemente por mi acento, pensaban que mi origen era de un país hispanohablante.
Terminé la carrera, empecé a trabajar como profesora de alemán en Barcelona y por falta de necesidad y un poco por los recuerdos que me quedaron de las clases, me despreocupé de mis language skills en inglés. En cambio, aproveché mi estancia en Cataluña para mejorar los dos idiomas oficiales de esta región, el castellano y el catalán.
El reencuentro feliz
Un día soleado y frío del invierno barcelonés, exactamente el 10 de enero de 2017 (fuente: Messenger de Facebook ;-)) me llegó un correo de una excompañera argentina de la universidad. Con mucha curiosidad, ya que en aquel momento llevábamos años sin saber la una de la otra, empecé a leer el mensaje. Resultó que me ofrecía colaborar en la construcción de una escuela de idiomas online. La empresa era Chatterbug. Sin pensar mucho más, le dije que sí. Solo después, cuando concreté una entrevista con Scott, uno de los fundadores, me di cuenta del lío en el que me había metido. Una entrevista en inglés y por videollamada, más difícil aún considerando los problemas de audio que pueden ocurrir. ¡Qué nervios!, pensé, una entrevista en un idioma que apenas había hablado o practicado en mi día a día en Barcelona, un idioma que brillaba por su ausencia. “Ahora te tienes que poner las pilas con el inglés”, me dije. Y así fue. Me había tirado a la piscina y ahora tenía que atreverme a ir a las profundidades, rápidamente. Para preparar la entrevista, decidí sumergirme en el mundo anglohablante escuchando BBC Radio y viendo Netflix en VOS.
Desde entonces y en los últimos años, mi inglés ha mejorado mucho. En otoño del mismo año 2017 me mudé a Berlin por la empresa, y sorprendentemente fue mi mudanza a Alemania que hizo que el inglés volviera a tener una gran presencia en mi vida. Por el hecho de trabajar para una empresa estadounidense en la que la comunicación interna es el inglés, volvió la motivación que había perdido años atrás. Obviamente no fue nada fácil al principio. En los primeros meses salía de la oficina abrumada de tanto escuchar, leer, escribir y hablar en inglés, pero con los meses fui mejorando y cada vez me sentía más a gusto a la hora de usar ese idioma. Empecé a tomar clases particulares que me permitieran estudiar en un contexto más informal y hace poco tuve mi primera Live Lesson en inglés en Chatterbug. ¡Y me encantó!
A posteriori la inmersión total en mi día a día laboral y la necesidad profesional fueron los dos hechos que me hicieron redescubrir el inglés como un idioma dinámico y extremadamente comunicativo. ¿Cómo no me iba a gustar?
…¿y qué te gusta del inglés?
La eficiencia. Según un estudio llevado a cabo en 2011 en la universidad de Lyon (Francia) sobre la velocidad del discurso con la que se transmite información, el inglés es bastante eficiente. Si bien el estudio ha sido muy debatido por diversas razones, el inglés sí posee efectivamente algunas características que lo hacen eficiente.
Un ejemplo que proviene del contexto del aprendizaje de los idiomas son los bienamados phrasal verbs. Un horror para la mayoría de los estudiantes de inglés. ¿Y por qué? La respuesta está en la palabra “eficiencia”:
¿Notas algo? Así uno se simplifica la vida… Mientras en inglés el mismo verbo de base cambia de preposición (through, over, up) para expresar un nuevo concepto, el español y los otros idiomas latinos requieren un verbo diferente para cada una de las acciones. Finalmente algo positivo de los phrasal verbs ;-).
Otro ejemplo es el intento fallido de la RAE de sustituir algunas palabras inglesas del ámbito tecnológico por palabras naturales del respectivo idioma. Considerando el hecho de que la economía es uno de los pilares de la comunicación humana, es comprensible que la palabra “e-mail” vaya a salir ganadora en un combate contra courriel électronique o “correo electrónico”. De manera que para el hashtag ni se hizo el intento de introducir la “etiqueta-almohadilla” como alternativa en castellano.
Y por último, el inglés es un idioma menos redundante en muchos contextos, como por ejemplo los artículos the y a y los adjetivos invariables en inglés.
Mientras en español marcamos el género tanto a través del artículo como a través del adjetivo, el inglés simplemente omite el género en ambos casos.
Por estas características, los lingüistas clasifican el inglés dentro del grupo de idiomas que menos transforma sus palabras, en comparación con la familia de las lenguas romances. Fijaos por ejemplo en las posible traducciones del verbo “hacer” en pasado: did. En español tenemos: hice, hicimos, hicieron, hacía, hacíais, hiciera, hubiera hecho… Pobres estudiantes de español, ¿verdad?
Capacidad de reinventar nuevas palabras. Solo en la segunda actualización de este año (de cuatro anuales) el [Oxford English Dictionary](https://www.oed.com/) aceptó 1400 nuevas entradas. En comparación, la RAE, en todo el año 2018, declara haber llevado a cabo alrededor de 2400 modificaciones, pero sin dejar claro, de todas esas entradas modificadas, el número exacto de aceptaciones que se han incluido en el diccionario, o cuántas supresiones y enmiendas. Una cifra que puede sorprender si uno tiene en cuenta que el número de hispanohablantes de lengua materna supera a los anglohablantes. tablaSerán varias y muchas las razones de esta diferencia (sobre lo que podría explayarme en una próxima publicación), pero ahora pasemos a la práctica. Aquí os quiero dar mis neologismos preferidos:
Quillow, una fusión de quilt (edredón) y pillow (almohada). Se refiere a una manta que se puede usar, una vez plegada, como cojín y muestra la creatividad que tiene el inglés a la hora de componer neologismos a base de palabras ya existentes.
Asimismo, el inglés es muy flexible con el uso de sufijos como -sphere de to twitter, twittersphere o prefijos como dis- (de like, dislike). Estos procesos, que los lingüistas llaman derivación, son muy útiles a la hora de crear cientos de neologismos.
La flexibilidad a la hora de prestar palabras de otros idiomas y hacerlas suyas. Volvamos un momento a la palabra hashtag. Dijimos que se adaptó en muchos idiomas como préstamo del inglés. Sin embargo, si nos ponemos a investigar más profundamente, veremos primero que se compone de dos palabras “hash” (cruz doble) y “tag” (etiqueta). Y segundo que “hashtag”, que ahora es préstamo en muchos idiomas, proviene en sí mismo de idiomas ajenos a la isla británica, con más exactitud del francés antiguo hacher (trocear) y el tag del bajo alemán medio tagge (espiga o rama).
Y así pasa con la gran parte del léxico inglés. Según una serie de datos evaluado por Andreas Simons, más de un 60 % de las 5000 palabras más usadas en inglés tienen raíz latina y 50% provienen del francés. Buena noticia para los hablantes de un idioma de origen latino ¿verdad?
Por su evidencia seguramente os han llamado la atención los sustantivos que terminan en -(t)ion como en organisation o information. ¿Pero sabíais que sport (deporte) en su raíz no tiene nada de “inglés”? Según etymonline.com proviene del francés antiguo desporter (divertirse o jugar). Y una vez cambiado el sentido fue exportado otra vez a los idiomas europeos.
La latinización del inglés comenzó con la llegada de los normandos franceses a la isla en el siglo XI pero tal y como lo demuestra el OED, el inglés sigue estando abierto a la recogida de léxico ajeno. Kindergarten (guardería) o kaput (muerto, acabado) de origen alemán, y la gran cantidad de palabras italianas y españolas que provienen del ámbito culinario son los préstamos más recientes.
Podría explicaros más historias sobre el origen latín del inglés, pero creo que he evidenciado suficientemente mi amor por los idiomas así que voy a volver a lo que iba. El inglés que tantos años tardó en convencerme de su belleza, finalmente lo consiguió. Es más, un mundo nuevo se abrió para mí. Por su extensión geográfica puedo despertarme por la mañana con Ironic de Alanis Morissette, desayunar con un artículo de “The Atlantic”, ver un video de Ellen McGeneres de camino al trabajo, tener una charla sobre el té Rooibos con mi compañero sudafricano en la pausa del café, escuchar atentamente la explicación de mi compañera australiana sobre el buen uso del “Tim Tam” y acabar mi día con Buffalo Soldier de Bob Marley. En pocas palabras, el inglés está siempre y en todas partes, y también volvió a entrar en mi mundo. De eso estoy muy contenta. ¿Y futuros proyectos? Conocer más variantes y comprenderlas sin dificultad, enriquecer mi vocabulario, redactar textos con facilidad y sobre todo hablar y hablar y hablar.